EL ELIOSONSO CHILENO FRANELEANDO Y SOBANDO AL ECONOMISTA [NEO] LIBERAL Y FASCISTA NILTON FRIEDMAN
ECONOMIA.
José Rodríguez Elizondo
Publicado en La Segunda, 10.8.2012
En 1981 entrevisté a Milton Friedman, entonces al borde de los 70. Teorías suyas aparte, fue un gran reporteado. Lo disfruté a concho.
Hubo circunstancias especiales. El célebre economista estaba en Lima invitado por Hernando de Soto y quería conocer Machu Picchu. Tres meses antes yo había entrevistado a Paul Samuelson, su amigo-rival, quien fue muy directo para “pelarlo”. Enrique Zileri, director de Caretas quería una nota especial y era “pata” (amigo) de Hernando. De esa constelación surgió la idea luminosa de que yo fuera en el séquito al Cuzco, acompañado por Fernando Yovera, fotógrafo para grandes ocasiones.
Fue un trabajo mechado con inspección de andenes sagrados, aperitivos, almuerzos, cenas, el precioso tiempo muerto de los trenes y los reproches de Rose, la esposa de Friedman: “no hemos venido para entrevistas” le dijo, secamente, más de una vez. Pero a él le encantaban, pues conocía todas las preguntas, sabía todas las respuestas, tenía pasión polémica y le permitían ejercer su notable sentido del humor.
Dos anécdotas de esos días. Una, lo asustaban las llamas de cuatro patas. Veía a esos tímidos auquénidos como peligrosos rotweilers. La otra, su aversión a la música. Lo detecté en el comedor del Hotel Libertador, cuando entró a hacer su número un conjunto cuzqueño y Friedman se tapó los oídos. Pregunté a Rose si su marido aborrecía la música folclórica y ella respondió, con sonrisa incómoda:
- He hates music (él odia la música).
- Andean music?
- All kinds of music! (toda la música).
Inolvidable. El carismático economista era melofóbico. Cualquier acorde le sonaba como tiza que cruje y esto es mejor que lo descifre un sico-audiólogo.
En un recodo de la relajada entrevista, aproveché para servirle, maléfico, uno de los comentarios francotes de Samuelson.
- Dijo que sus teorías económicas funcionan mejor en una dictadura, y que el ejemplo chileno, podría ser un caso de “capitalismo fascista”.
- ¿Dijo eso Paul?... Friedman abrió tamaños ojos y se pareció notablemente a Woody Allen
- Aquí está, respondí, entregándole copia subrayada de la entrevista.
Descifró atento y ahí capté dos cosas: algo entendía del castellano y los misiles críticos sobre su vinculación con Pinochet habían dado en el blanco. “Me reuní una vez con él, durante media hora; ni me gusta ni me disgusta, no lo conozco”, explicó con aire fastidiado. Pero, se mostró orgulloso por la política económica de los economistas chilenos (“discípulos de Harberger”, puntualizó). De paso, me disparó un poco: “ustedes los periodistas practican el doble estándar, en mi país me censuraron cuando fui a Chile, pero no dijeron nada cuando fui a China”
Friedman fue un economista público, dialogante y para nada autoritario. En el curso de los años que siguieron, agradeció puntualmente algunos textos que le envié, sin omitir comentarios de fondo. En carta de diciembre de 1981 me adelantó conceptos que luego publicaría en Newsweek, sobre la necesaria libertad política para consolidar la economía libre en Chile y la particular excepcionalidad de los militares chilenos: a despecho de sus reflejos verticalistas, habían sostenido esa economía por más tiempo que todos los otros militares gobernantes. Otra carta, de 1998, me la envió con Chile en democracia y conmigo en Israel, país que le era especialmente cercano. En ella recordaba el encuentro de 1981 y su último párrafo me conmovió: “Israel, donde usted está desempeñándose, podría aprender muchísimo de Chile”.
Un austero pero importante reconocimiento al realismo heterodoxo de nuestra transición.
En 1981 entrevisté a Milton Friedman, entonces al borde de los 70. Teorías suyas aparte, fue un gran reporteado. Lo disfruté a concho.
Hubo circunstancias especiales. El célebre economista estaba en Lima invitado por Hernando de Soto y quería conocer Machu Picchu. Tres meses antes yo había entrevistado a Paul Samuelson, su amigo-rival, quien fue muy directo para “pelarlo”. Enrique Zileri, director de Caretas quería una nota especial y era “pata” (amigo) de Hernando. De esa constelación surgió la idea luminosa de que yo fuera en el séquito al Cuzco, acompañado por Fernando Yovera, fotógrafo para grandes ocasiones.
Fue un trabajo mechado con inspección de andenes sagrados, aperitivos, almuerzos, cenas, el precioso tiempo muerto de los trenes y los reproches de Rose, la esposa de Friedman: “no hemos venido para entrevistas” le dijo, secamente, más de una vez. Pero a él le encantaban, pues conocía todas las preguntas, sabía todas las respuestas, tenía pasión polémica y le permitían ejercer su notable sentido del humor.
Dos anécdotas de esos días. Una, lo asustaban las llamas de cuatro patas. Veía a esos tímidos auquénidos como peligrosos rotweilers. La otra, su aversión a la música. Lo detecté en el comedor del Hotel Libertador, cuando entró a hacer su número un conjunto cuzqueño y Friedman se tapó los oídos. Pregunté a Rose si su marido aborrecía la música folclórica y ella respondió, con sonrisa incómoda:
- He hates music (él odia la música).
- Andean music?
- All kinds of music! (toda la música).
Inolvidable. El carismático economista era melofóbico. Cualquier acorde le sonaba como tiza que cruje y esto es mejor que lo descifre un sico-audiólogo.
En un recodo de la relajada entrevista, aproveché para servirle, maléfico, uno de los comentarios francotes de Samuelson.
- Dijo que sus teorías económicas funcionan mejor en una dictadura, y que el ejemplo chileno, podría ser un caso de “capitalismo fascista”.
- ¿Dijo eso Paul?... Friedman abrió tamaños ojos y se pareció notablemente a Woody Allen
- Aquí está, respondí, entregándole copia subrayada de la entrevista.
Descifró atento y ahí capté dos cosas: algo entendía del castellano y los misiles críticos sobre su vinculación con Pinochet habían dado en el blanco. “Me reuní una vez con él, durante media hora; ni me gusta ni me disgusta, no lo conozco”, explicó con aire fastidiado. Pero, se mostró orgulloso por la política económica de los economistas chilenos (“discípulos de Harberger”, puntualizó). De paso, me disparó un poco: “ustedes los periodistas practican el doble estándar, en mi país me censuraron cuando fui a Chile, pero no dijeron nada cuando fui a China”
Friedman fue un economista público, dialogante y para nada autoritario. En el curso de los años que siguieron, agradeció puntualmente algunos textos que le envié, sin omitir comentarios de fondo. En carta de diciembre de 1981 me adelantó conceptos que luego publicaría en Newsweek, sobre la necesaria libertad política para consolidar la economía libre en Chile y la particular excepcionalidad de los militares chilenos: a despecho de sus reflejos verticalistas, habían sostenido esa economía por más tiempo que todos los otros militares gobernantes. Otra carta, de 1998, me la envió con Chile en democracia y conmigo en Israel, país que le era especialmente cercano. En ella recordaba el encuentro de 1981 y su último párrafo me conmovió: “Israel, donde usted está desempeñándose, podría aprender muchísimo de Chile”.
Un austero pero importante reconocimiento al realismo heterodoxo de nuestra transición.
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