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domingo, 25 de noviembre de 2018

REGIONAL/ POLÍTICA

Kiriko

“Están intentando romper el contrato social del estado de bienestar”

Daniel García Delgado* sobre el cambio de ciclo político y el régimen del neoliberalismo tardío


Foto: Pagina 12

Por Javier Lorca

–¿Qué es el neoliberalismo tardío? 
–El neo liberalismo abarca las políticas pro-mercado, inspiradas en Friedman, Hayek, etc., que tuvieron etapas dictatoriales desde los 70 y luego etapas democráticas desde el Consenso de Washington. Decimos que el neoliberalismo actual es tardío porque se trata de un modelo que llega al poder y abre su economía en un momento en que las economías de la mayoría de los países centrales empiezan a cerrarse. Hoy hay luchas arancelarias en todo  el mundo menos aquí. Los países protegen su empleo, su producción... Y este modelo hace exactamente lo contrario. En los ‘90 había un comercio global muy interconectado, había inversiones internacionales de empresas. Pero hoy cada bloque trata de proteger lo suyo: Trump está en guerra arancelaria para recuperar su economía real, mientras acá estamos destruyendo la economía real en función de la economía financiera y la extractivista, para pagar deuda. La segunda cuestión es que Argentina parece a trasmano de las tendencias económicas mundiales. Superada la crisis de 2008, en los últimos años el mundo empezó a crecer y a tener más empleo. Nosotros no. Estamos segundos en recesión a nivel mundial y cuartos en inflación, una performance que no coincide con lo que pasa en el resto del mundo. No es que hay una tormenta perfecta que afecta a todos por igual. Finalmente, también creo que es tardío porque este neoliberalismo va a contramano de una conciencia social adquirida en la etapa anterior, relacionada con un Estado orientado por derechos, productivista e inclusivo. Parte de los problemas que tiene hoy el Gobierno se vinculan a su reciente asociación con el FMI: a la gente, eso le recuerda la crisis de 2001. 
–¿Por qué cree que se produjo este retorno neoliberal en Argentina?

–Hay muchos factores que cimentaron esta posibilidad. El período anterior fue bastante excepcional: la voluntad política de los gobiernos progresistas de incluir, distribuir y fomentar el desarrollo se encontró además con la emergencia de China consumiendo productos primarios a precios altos. Eso les permitió obtener ganancias extraordinarias y desendeudarse. Después de la crisis de 2008 y la caída de las commodities, ya en el 2012 se comenzó a sentir la pérdida de capacidad de generar empleo privado. Poco después, los gobiernos se empezaron a complicar por la escasez de divisas, por la restricción externa, y administraron las divisas. También aparecieron nuevas demandas en las sociedades. Una vez que se satisface una demanda –por ejemplo, el acceso al empleo– aparecen otras más complejas –por ejemplo, reclamos de más y mejores servicios públicos, o de una redistribución del ingreso, calidad de vida, etc.–. En el caso argentino, el gobierno no estaba muy preparado para ese tipo de demandas. También hubo errores propios de estas coaliciones productivas, inclusivas, populares de la región.

–¿Qué errores cree que cometieron esos gobiernos?

–Me refiero a la construcción política, no ampliaron sus coaliciones o subestimaron al adversario que tenían enfrente. En los últimos años pensaron que alcanzaba con lo propio, con pescar en la pecera, la propuesta era el proyecto. A partir del conflicto con “el campo”, que fue un punto de inflexión, se empezó a posibilitar la conformación de una coalición novedosa, que apelaba a subjetividades de sectores medios, a sectores empresariales enojados con el populismo –si bien los empresarios ganaban mucha plata y crecía la economía, el salario real y las presiones de los trabajadores por sus derechos también aumentaban–. A esto se sumó también el prejuicio de sectores sociales molestos por el ascenso de las clases populares. Los discursos contra los subsidios estatales o contra los planes sociales: “Me sacan plata para dársela a otros”. O estas otras ideas: “Yo todo lo hice por mi propio esfuerzo, a mí nadie me regaló nada”. Ideas o percepciones que olvidan que las intervenciones estatales generan derrames diversos en toda la sociedad: más trabajo, más consumo, etc. Así se fue produciendo una articulación bastante novedosa de los poderes fácticos, una coalición que articulaba al sector financiero, al sector corporativo, al sector judicial, y al comunicacional. En toda América Latina aparecen estas coaliciones en torno a la idea de “cambio de ciclo”, el planteo de que el populismo asociado a la corrupción ya fue, de que se necesita menos intervención estatal y más iniciativa privada.

–¿La coincidencia de estos fenómenos a nivel regional expresa también otros intereses geopolíticos?

–Así como hubo una ola progresiva en toda la región cuando EE.UU. descuidó su “patio trasero” después de los atentados de 2001 y se enfocó en Asia, sobre todo en Irak y Afganistán, ahora vemos esta ola en sentido contrario, que arranca después de la crisis de 2008, cuando EE.UU. parece darse cuenta de que China ha trazado vínculos muy fuertes con la Unasur y América Latina en general y les surge la preocupación de que este bloque se autonomice. Su interés por desarmar este bloque forma parte de la lógica regional contra los gobiernos “populistas” que estamos atravesando. Eso también es posible porque, en la década anterior, se avanzó mucho en la institucionalidad regional, pero tal vez no tanto en factores económicos importantes: no se terminó de conformar el Banco del Sur, no se terminaron de generar asociaciones en aspectos productivos, en comercio interregional, para potenciar más la región y hacerla más independiente de los organismos internacionales de financiamiento.

–¿Qué concepción del Estado tiene el neoliberalismo tardío?

–Una característica novedosa es que este es un gobierno de CEOs: por primera vez, empresarios de las grandes corporaciones ocupan ministerios nacionales, algo que antes sólo había ocurrido excepcionalmente. Esto tiene que ver con el tipo de poder fáctico que toma o captura el Estado y de subjetividades que se están construyendo desde lo comunicacional. La idea que está detrás es que, si los CEOs son exitosos en el sector privado, van a hacer un Estado “no corrupto”, “transparente” y “eficaz”. Los gobiernos anteriores concebían al Estado como una herramienta para impulsar el desarrollo productivo. En la concepción de los CEOs, del homo corporativo, el Estado debe impulsar los negocios del sector privado, lo que potencia el riesgo de “la puerta giratoria”, es decir que estos empresarios favorezcan a las corporaciones que los catapultaron a ese lugar. En el sector Energía fue muy claro esto. Se pone al derecho de las empresas por sobre el derecho de los trabajadores, de los consumidores, y de los ciudadanos en general. 

–¿Qué sectores son los grandes ganadores de este modelo?

–El Estado está haciendo una feroz redistribución regresiva de la riqueza, desde el conjunto de los trabajadores y los sectores medios hacia los sectores minoritarios que impulsaron esta coalición: las finanzas, la energía, la minería, los agroexportadores, la comunicación concentrada. Estos sectores son los grandes ganadores. A esto se agrega que se trata de clases rentísticas, ya que las elites latinoamericanas no son elites caracterizadas por la inversión productiva, buscan rentas extraordinarias sobre la tierra, la minería, los precios de los servicios públicos, el vaciamiento de empresas públicas para luego privatizarlas, etc.. Y, en su sentido de elite, sienten que eso les corresponde por derecho. Por dar un ejemplo en contraste: en Corea, un país que se pudo desarrollar, las elites también son millonarias pero siempre han tenido una regulación estatal que las ha obligado a tener responsabilidad social; el Estado las protege arancelariamente pero les exige inversión. Acá, las elites se sienten las dueñas de la sociedad. Es parte de un proceso que viene desde mediados de los ‘70, cuando termina el impulso al estado de bienestar y comienza el ascenso neoliberal, que es una suerte de ‘rebelión de las elites’. Estas se vuelven cada vez más ricas y tienen cada vez más poder, un poder cada vez más asimétrico respecto del pueblo. La revolución tecnológica, la transnacionalización, les permite por ejemplo fugar miles de millones de dólares con solo apretar un botón. Y se intenta naturalizar esto como válido o legal, cuando no deja de ser una suerte de corrupción estructural o saqueo. Una característica del estado de bienestar era su progresividad: el que más ganaba, pagaba más impuestos. Ahora los que más pagan no son los que más ganan. Los que más ganan no pagan impuestos y lo consideran legítimo.

–¿Qué discursos acompañan o justifican este nuevo rol del Estado?

–Es una reforma del Estado que se presenta como gobiernos “abiertos”, “digitales”, como si se tratara de gobiernos participativos, pese a que las decisiones estratégicas nunca pasan por la sociedad. Acá hay una idea fuerte, que es la de la “sociedad de la transparencia”, frente a la opacidad de la política, que es vista como ventajista, corrupta, omitiendo su sentido colectivo y de bien común. Hay una ausencia de la mediación política partidaria, porque esta subjetividad que se interpela es antipolítica. La simplificación que termina capturando al imaginario social dice que todo lo anterior fue corrupción y que el éxito está asociado a lo privado. Se apunta a romper el contrato social del estado de bienestar, del Estado para el desarrollo, planes sociales, universalidad de servicios, en favor de un modelo de negocios, que privilegia el derecho de las empresas por sobre el de las personas. Es otro contrato social que quiere que nos olvidemos del Estado y que promueve la lógica del emprendedor: tipo just do it!, pero sin condiciones estructurales para que ello ocurra. 

–El emprendedor como contrafigura del trabajador con conciencia de clase.

–Claro, el trabajador sindicalizado es vinculado con la burocracia, dependencia, mientras el emprendedor es lo libre... Ahí se ven los hilos de esas subjetividades que se van interpelando. En realidad, el modelo basado en el emprendedor funciona bien cuando hay mucha inversión en investigación por parte del Estado, cuyos resultados después sí puede aprovechar el sector privado.

–¿Cómo se llega a interpelar y producir a esas nuevas subjetividades?

–Hay un rol más importante de las comunicaciones personalizadas, del discurso de la identificación (“juntos podemos”), el discurso entre zen y paternalista (“me duele en el alma cada aumento”). Se trata de un discurso que se presenta como no político y que tiene el objetivo de construir un nuevo sentido común, diferente del que construyó el estado de bienestar, la sociedad del trabajo, de los derechos sociales, se apunta a deconstruir ese imaginario popular y a contrastarlo con un nuevo relato, más individualista (“yo me hice solo”), donde incluso los sectores populares internalizan la ideología dominante (“qué bueno que eliminen los subsidios, qué bueno que suban las tarifas”). Esa es la batalla cultural. La deconstrucción o fragmentación del demos apunta a que las personas no se sientan parte de un pueblo, de una comunidad, de un proyecto político común. Por eso es un relato que apela a tu individualidad: “No esperes nada del Estado, ni de la política, ni de lo colectivo”. Esa deconstrucción del demos tiene dos vectores. Por un lado, la fragmentación de la oposición: el espacio nacional popular, el peronismo, es fragmentado o cooptado todo lo posible para que la fuerza gobernante no encuentre una oposición unida. Pero no sólo se fragmenta al sistema político, sino que también se atomiza a la sociedad: se trabaja con la sociedad con la misma lógica que con el mercado y, a través del Big Data, se la segmenta por grupos de interés, con distintos mensajes para cada grupo. Durán Barba es un experto en esto.

–¿Cómo opera, en ese contexto, el recurso a la judicialización de la política?

–En parte, la fragmentación de la oposición se basa en esto: con algunos se negocia y con otros no porque son “delincuentes”. Se trata de construir al adversario político en un delincuente. Eso significa cierto control de la Justicia y de los jueces federales y la aplicación de teorías relacionadas con el lawfare (la guerra jurídica), según las cuales la Justicia es aquello que sentencia un juez y no tiene que ver con los procedimientos, ni los códigos. Es lo que permite las lógicas del “arrepentido”, de “las detenciones preventivas”, de ignorar la presunción de inocencia, la idea de “los vínculos residuales” que podría tener un ex funcionario, toda una serie de argumentaciones que llevan a una erosión del Estado de Derecho y a la pérdida de independencia de la Justicia respecto del poder político.

–¿Cómo desmontar a la retórica que reduce la política a la “lucha anticorrupción” sin asumir una defensa de la corrupción?

–Lo importante es cómo desarmar un discurso que tiene visos de ser real, y por tanto puede ser hegemónico, pero que es dual, de doble estándar. La corrupción de la que se habla es una corrupción clásica, la relacionada con la cartelización de obras públicas, los sobornos, la patria contratista, el financiamiento de la política. Al menos de la dictadura hasta acá esto ha tenido cierta vigencia, sin ser un problema local sino regional y global. Pero en este caso se asocia la corrupción sólo con los funcionarios y con el Estado y la política, incluso se lleva esa figura al extremo con la idea, sin pruebas, de que un gobierno democrático puede ser una “asociación ilícita”. Pero, a la vez, hay una figura de corrupción estructural que tiene que ver con: vos acumulás y evadís; vos tenés una, dos, tres sociedades offshore; vos endeudás y hacés transacciones con bancos de los que formaste parte, en una suerte de “puerta giratoria”; o tomás el fondo de protección de las jubilaciones en 60 mil millones de dólares y lo dejás en 30 mil millones, o vaciás una empresa como Aerolíneas Argentinas en favor de aerolíneas low cost de tu propiedad. ¿En qué se gastaron los 100 mil millones de dólares de deuda? Todo eso parece aceptado, legalizado, la elite considera que todo eso le corresponde, pero también eso es delito económico o corrupción, solo que no se imputa o procesa. Hay una corrupción que uno podría denominar “de acumulación por desposesión”: con el argumento de que hay déficit fiscal, como no hay plata para pagar la deuda tomada por la elite gobernante, se les quitan fondos a los jubilados, actuales y futuros. Se acumulan recursos que correspondían a los ciudadanos.

–Mirar esta construcción de un nuevo sentido común sólo desde la perspectiva del poder, desde la perspectiva del neoliberalismo, ¿no implica subestimar a los sectores populares y a su capacidad para reinterpretar lo que les llega “desde arriba”?

–Por supuesto que hay una resignificación, una reelaboración del discurso neoliberal y resistencias a éste, y es lo que expresan los movimientos sociales, los gremios docentes y de trabajadores de la salud, el movimiento de las mujeres contra la violencia de género y por la despenalización del aborto, los movimientos de consumidores que apelan a formas de la desobediencia civil, etc. Se están produciendo reapropiaciones y decodificaciones del discurso neoliberal y, aunque todavía faltan visiones más articuladas, ya observamos síntomas de crisis en este neoliberalismo tardío.

–¿Dónde observa esos síntomas de crisis?

–Hasta fines de 2017, cuando Cambiemos gana las elecciones de medio término, la gente pensaba que la elección presidencial iba a ser un paseo en 2019. Pero este año ya empezaron a volverse evidentes las consecuencias sociales del modelo: una redistribución regresiva del ingreso que aumenta la pobreza, la desindustrialización por apertura de importaciones que genera la pérdida de 90 mil empleos industriales estables, el aumento del empleo precario... Todo esto lleva a sociedades más desiguales. Se busca la competencia internacional por bajos salarios y por bajo consumo. ¿Por qué se busca que la gente consuma menos? Para poder vender más hacia fuera. Es el conflicto tradicional de la balanza de pagos. Como consumimos lo mismo que exportamos, el imaginario que se pretende cambiar es el del nivel de consumo: “vos sos pobre, no tenés por qué creer que podés comprarte una TV nueva o un auto, ni que podés viajar al exterior”. El problema es que las fuerzas contractivas son más fuertes que las productivas. Hay más tendencias a la recesión con inflación que a un modelo exitoso de exportación de commodities. Nuestra balanza comercial es deficitaria. Las tasas de crédito son altísimas, ningún modelo productivo puede funcionar así. Al contrario, se estimula un modelo extractivista y de financierización de la economía, no el desarrollo ni la economía real. Para bajar la inflación, aplican un ajuste fiscal. Pero al mismo tiempo dolarizan y suben los precios de la energía. Así no hay manera de bajar la inflación, por eso tenemos recesión con inflación. Parte de los sectores medios comenzaron a darse cuenta de que son el pato de la boda. Pero la preocupación también se extiende a parte del “círculo rojo”. Parte de la UIA ve que no tiene crédito y tampoco tiene demanda. Los contratistas del Estado ven que disminuye la obra pública porque hay que pagar más deuda externa. Hay un bloque social que se está resquebrajando. También hay tensiones institucionales, desde clivajes internos en el Gobierno, en el ala más política de Cambiemos, hasta un desprestigio importante de una Justicia no independiente.

–¿Ve posible la conformación de un espacio opositor con capacidad para disputar el poder en 2019?

–Creo que sí, existe la oportunidad para construir una opción opositora con posibilidades, pero eso no necesariamente significa que pueda ganar un cambio de modelo. Veo al menos tres riesgos. Uno sería que la sucesión sea el opo-oficialismo, es decir, el mismo modelo con algunos parches, sostenido por sectores del peronismo “dialoguista” que en el fondo coinciden con los lineamientos estratégicos del modelo. Si hay alternancia en ese sentido, no habría cambio de modelo. Otro riesgo, es la profundización de una opción más hacia la derecha, como ocurre en Brasil, que derivarían de la proscripción de CFK, como con Lula en Brasil. Y el otro riesgo es que la oposición real no sea lo suficientemente amplia y no interpele a todos los sujetos afectados; sería el error de no integrar a todos los sectores afectados por este modelo, desde la economía popular y los consumidores hasta pymes y también otros empresarios. En estos nuevos tiempos, la asimetría de poder entre las elites y los intereses mayoritarios requiere reconstruir a una mayoría electoral de la forma más amplia posible. Con las ideologías clásicas de la modernidad ya no alcanza, es necesaria otra comprensión de la subjetividad de los afectados, de las nuevas formas de participación social, de las redes sociales y nuevos actores movilizados. La sociedad cambió, necesitamos una coalición partidaria muy abierta y amplia, que sea capaz de asumir nuevas formas de comunicación. Este neoliberalismo, esta posverdad y pospolítica del Gobierno tiene una capacidad muy alta para fragmentar y comunicar, y es necesario poder contrarrestarla.

* Doctor en Filosofía e investigador del Conicet y Flacso, García Delgado analiza las características del modelo neoliberal instalado en Argentina y Latinoamérica, las subjetividades que interpela, el creciente poder de las elites y las posibilidades de construir una alternativa.

Fuente: Diálogos de Pagina 12
REGIONAL/ POLÍTICA


Kiriko

Una mirada politica, al gigante Pais brasileño, de lo que esta pasando- tambien sucedera-en estos ultimos tiempos, con el actual regimen del Presidente [ultra] derecha y conservador, Jair Bolsonaro...Aqui algunas, respuestas...


“Brasil se juega el destino de la democracia”

Boaventura de Sousa Santos*, reconocido jurista y sociólogo portugués, a una semana del ballottaje


Foto:Pagina12


Boaventura de Sousa Santos (Coímbra, Portugal, 1940) es una de las voces más autorizadas dentro de la sociología jurídica y un referente indiscutido en el pensamiento político y social contemporáneo. Entrevistado por PáginaI12, el investigador sostiene que la segunda vuelta representa en Brasil “un auténtico plebiscito sobre si (ese país) debe seguir siendo una democracia o pasar a ser una dictadura de nuevo tipo”. A continuación, explica por qué trabajadores, jóvenes, sectores medios, afroamericanos, marginados, hombres y mujeres del pueblo dieron su voto a un candidato que grita a cuatro vientos y con orgullo que, de ser presidente, sus políticas no estarán justamente a favor de ellos.




–¿Cuáles son para usted las razones del triunfo del candidato de la ultraderecha Jair Bolsonaro en primera vuelta?

–Es una situación muy compleja porque Brasil, en este momento, es casi un laboratorio de transformación política conservadora en el continente. No solamente en el continente, en el mundo. Pienso que en la primera década del milenio Brasil fue, junto con otros países de América Latina, el país que más mostró las potencialidades de una transformación progresiva de las sociedades altamente desiguales, altamente discriminatorias, como son todas las sociedades que salieron del colonialismo europeo. Los avances fueron notables, por ejemplo, en términos de hambre. Durante estos períodos la gente ya no se iba a dormir hambrienta. Como decía Lula, “mi ambición es que la gente coma tres veces al día”. Y muchas otras políticas que intentaron disminuir la pobreza, ampliar el acceso a los bienes públicos, mejorar los bienes públicos de educación, de salud, de acceso a la universidad, y también medidas antidiscriminatorias contra la población negra, que es la mayoría, pero que ha sido siempre una minoría política. También se consiguieron avances notables con políticas afirmativas, de cuotas, para las mujeres. Fue un progreso notable. Y entonces, casi repentinamente, todo se derrumba, todo colapsa. Luego de esto los elementos antidemocráticos de la sociedad brasileña tomaron el liderazgo. Podríamos decir que en el tiempo anterior la lógica democratizante de la sociedad brasileña tenía predominio sobre la lógica antidemocrática, que es típica de una sociedad oligárquica, colonial, muy desigual y discriminatoria. Este desequilibrio se transforma rápidamente como si fuera un péndulo, donde  las fuerzas antidemocráticas toman el liderazgo.

–¿De qué manera lo hicieron?

–Primero, esas fuerzas antidemocráticas de inmediato cuestionan los resultados electorales de 2014 de la ex presidenta Dilma, y empiezan de inmediato un impeachment y una guerra total contra el PT. Esta guerra va a ser realmente muy agresiva porque busca eliminar rápidamente de la memoria del pueblo los beneficios del período anterior, al transformar al PT en un grupo de bandidos corruptos que desgraciaran el país. Se llevó adelante una demonización del PT terrible en los medios tradicionales, convencionales, sobre todo desde la TV Globo, y también en los periódicos oligopólicos. Fueron todos unánimes en demonizar al PT. Por eso, la narrativa que se impuso fue la narrativa de la corrupción. A partir de aquí, la narrativa políticamente correcta es una narrativa antipolítica, en contra de la corrupción, una política despolitizada. Tenemos que luchar contra la corrupción y para eso es necesario que la policía y el sistema judicial actúen, y la operación Lava Jato es el mejor ejemplo de todo este movimiento. Una primera observación es que se dio una especie de reversión muy rápida y muy sorprendente para mucha gente. Brasil, el país del Foro Social Mundial (FSM), el país del Movimiento de los Sin Tierra (MST), considerado el más importante del continente y del mundo, repentinamente ve atacadas todas estas conquistas y no reacciona de manera rápida. Y esto va a durar hasta la prisión de Lula. Hasta que Lula fue a prisión no vimos un movimiento social muy organizado de resistencia a este golpe institucional, y cuando la resistencia surge es casi una resistencia negativa, es decir, una resistencia para pedir por la libertad de Lula, pero ya no por las políticas de aquel otro período, sino por la injusticia de su condena. Esto ha sido una primera fase; después entran en juego otros factores.

–¿Cuáles, por ejemplo?

–Creo que entraron otros factores que de alguna manera desbordaron las intenciones de las oligarquías que organizaron el golpe. Yo creo que muchas de ellas organizaron el golpe con el intento de restaurar la democracia; una democracia que no amenace sus ganancias. Porque la resistencia contra el PT empieza cuando hay una crisis del capitalismo global, una crisis financiera después de 2008, una crisis que venía también de una cierta atenuación del ritmo de desarrollo de China. Hay una crisis de ganancias del capital y una amenaza al capital financiero; entonces de inmediato intentan reaccionar. No fueron los empresarios los primeros en reaccionar sino el capital financiero, que va a tomar el liderazgo. Va a abrir espacios para fuerzas que estaban latentes en una sociedad colonial, desigual, donde los cambios son recientes. Una sociedad que empezó a luchar contra el racismo apenas diez años antes; el racismo estaba en la cabeza de la gente, incluso de aquella que ha sido beneficiada por Lula. 

–¿Esos avances y esas reivindicaciones no lograron construir una nueva cultura política?

–Creo que las políticas no fueron sostenibles durante mucho tiempo para crear otra cultura. El mismo PT no intentó crear otra cultura ciudadana; intentó crear más consumidores, pero no una cultura ciudadana, o una cultura campesina de comer cosas saludables, por ejemplo. Era plata para ir a comer comida basura de los fast food y las comidas todas procesadas en detrimento de la agricultura campesina. Entonces, esos demonios que fueron sueltos, y que vienen de un pasado de grandes desigualdades, surgieron exactamente en la persona de Bolsonaro. Esta corriente está en todo el continente. Vemos de alguna manera lo que ocurre en la Argentina, y muy claramente lo que pasa en Colombia, que es muy grave, y de alguna manera en Ecuador también. El avance de las fuerzas democráticas va a ser  rápidamente neutralizada por fuerzas antidemocráticas que estaban dormidas. 

–¿Pero cómo se explica que un sector tan amplio de las clases populares haya apoyado a un candidato que se presenta abiertamente en contra de las políticas que los beneficiaron?

–Primero, las medidas antipopulares del gobierno después del golpe, que son muy claras, no tienen un impacto inmediato en la vida de la gente, como habíamos visto en Portugal y en Europa con las llamadas políticas de austeridad. Algunas medidas no entran en el bolsillo de las familias de un día para el otro. Por ejemplo, Temer quiere privatizar y eliminar el sistema de salud, pero todavía no lo hizo, no tuvo la oportunidad todavía. Lo que quiero decir es que los impactos en las familias, en los bolsillos de la gente, tardan dos o tres años en repercutir. Por eso en una parte inicial es fácil para los medios de comunicación convencer a la gente. Los medios fueron muy agresivos y llevaron la situación de la política para la ética. No son las medidas que interesan. Y todavía hoy vemos que Bolsonaro no habla de su política económica. Es la ética contra la corrupción; los honestos contra los corruptos. Ahora, toda la gente está a favor de los honestos, entonces si los medios bombardean todos los días con la lucha contra la corrupción... El segundo factor que entra aquí es la dimensión internacional. En Brasil, y no solamente, actúan los medios oligopólicos y las oligarquías locales. No se han dado cuenta de que el imperialismo norteamericano estaba buscando una oportunidad para revertir todas estas políticas progresistas que amenazaban su dominio, que se atenuó un poco cuando Estados Unidos estuvo muy preocupado por Irak y abandonó un poco el continente. Pero el golpe de Honduras fue la primera señal de que Estados Unidos estaba volviendo al continente; desde entonces, en 2012 Fernando Lugo en Paraguay, y después Dilma. Aquí se puede ver que hay otra dimensión imperial muy fuerte, que no es la dimensión de la imposición militar de la dictadura, sino la transformación de una democracia nacionalista y desarrollista, pero nacionalista, por la sustitución de una “nueva” democracia, como la llaman ahora los militares en Brasil.

–¿En qué consiste esa “nueva” democracia?

–Es una democracia sin Partido de los Trabajadores, una democracia amiga de los mercados, y una democracia que abre toda la economía a la ganancia del capital internacional. Bolsonaro es el símbolo de todo esto. Y ahora se hace claro todo el apoyo internacional, del mercado digital, la propagando digital, a Bolsonaro. Es una conjunción de trabajo militar y económico internacional, dos nuevas fuerzas que actúan en el continente. Los militares con políticas de contrainsurgencia psi-sociales: no son armas, son fake news, herramientas bien entrenadas por servicios de inteligencia de Inglaterra y Estados Unidos a lo largo de los tiempos. También están los think tanks de Estados Unidos, que hablan de privatización, de liberalización. Hay aquí una estrategia del continente global del imperio en cuanto a que Brasil era particularmente importante de neutralizar por los BRICS. Una política fundamental.

–De ahí que usted hable de Brasil como un laboratorio...

–Si gana la extrema de Bolsonaro esta corriente va a ganar un poder enorme, no solamente en el continente, sino también en Europa. Italia será el primer blanco de esta política de extrema derecha, que sigue también con Hungría y con Polonia. Si los demócratas brasileños logran vencer esta corriente antidemocrática de extrema derecha, será una señal muy poderosa para todo el continente de que esta gente no es invencible, y de que internet no hace todo. En esto es en lo que estamos. Es una situación muy dramática, porque en este momento en Brasil se juega el destino de la democracia en el continente, y en el mundo de alguna manera. 

–¿Cree que Bolsonaro realmente llevaría a la práctica lo que sostiene su discurso radical?

–Pienso que si Bolsonaro gana va a ser todavía peor de lo que dice, porque las medidas van a ser brutales y va a haber resistencia popular. Y como va a existir resistencia, los militares ya están diciendo que hay que mantener la paz en el país, y mantener la paz para ellos es reprimir. Bueno, de hecho, la represión ya está en las calles. Los grafitis que aparecen en los baños de las universidades dicen que, si Bolsonaro gana, la universidad va a ser Columbine (en alusión a la masacre de la Escuela Secundaria de Columbine), es decir, una masacre en la universidad. Es muy preocupante porque para los mercados financieros no interesa que Bolsonaro sea racista, sexista u homofóbico, porque lo que quieren es ver cómo va a arreglar la economía. Siempre con la idea de que cuando empiece a crecer la economía todo va a ser mejor. Como hicieron de hecho con la Argentina, que ahora está bajo el comando del Fondo Monetario Internacional (FMI). Intentaron hacerle lo mismo a los portugueses y no funcionó. Sabemos que es una ilusión, como lo sabemos en Europa; intentaron decirles lo mismo a los portugueses y no funcionó, pero Grecia está todavía luchando. Realmente creo que con Bolsonaro vamos a pasar un momento muy difícil, y no sé si la democracia sobrevive en Brasil. Con Haddad no sería fácil tampoco, porque los fascistas están sueltos en las calles en este momento, y no va a tener a los militares de su lado, que están del lado de Bolsonaro. Por otra parte, si algo fatal pasara con Bolsonaro, su vicepresidente es general. Es decir, los militares están seguros. No se habla de la enfermedad de Bolsonaro, hay un misterio enorme. Si algo le pasara, tiene un vice que es aún más agresivo en su discurso. Esta lógica de los militares, de regresar a la política por vía democrática, es lo que me preocupa. La Argentina, de alguna manera, eliminó esa posibilidad a través de una transición en que los militares fueron a prisión. En Brasil no; en Brasil los militares condicionaron la transición hasta hoy. Ahora dicen que no son ciudadanos de segunda clase y que quieren intervenir en la política. Y lo están haciendo a través de Bolsonaro y su vice.

–¿Qué sucede con los partidos de izquierda brasileños? 

–Creo que en Brasil la unidad de las izquierdas podría haber sido distinta de lo que fue, y tal vez un candidato como Ciro Gómez podría ser mejor candidato que Haddad, porque la demonización del PT fue muy fuerte. Ciro Gómez fue ministro de Lula pero no era del PT. Por la situación, creo que en este momento la lucha no es “izquierdas del mundo, unidos”, sino “demócratas del mundo, unidos”. Si la extrema derecha llega a la presidencia, lo que va a crear no es un fascismo de tipo antiguo, sino un fascismo de tipo nuevo, esto es, reducir la democracia a lo mínimo, con mucha exclusión social y mucha represión. Es por eso que hay dos cosas en Bolsonaro muy importantes: el terror y la ideología. Las dos son fuertes. El régimen puede ser formalmente democrático, pero la sociedad es cada vez más fascista. Se disemina un fascismo social y se impulsa la lógica de la guerra civil.  

–Sostiene que “la tragedia de nuestro tiempo es que la dominación está unida y la resistencia está fragmentada”. ¿Le parece que esto explica, en parte, el presente de Brasil?

–El drama es que el caso brasileño muestra muy claramente que la derecha se sirve de la democracia pero no quiere servir a la democracia. Si le es útil bien, sino demonizan, hacen golpes y pueden destruirla. Por eso he dicho que las izquierdas en su pluralidad son las que pueden garantizar, en este siglo reaccionario que tenemos, la defensa de las democracias. Pero la fuerza de las fuerzas de derecha es tan grande que las izquierdas tienen una dificultad enorme para discutir sus diferencias y buscar una alternativa. En este momento vemos en Brasil que todos se juntan a defender a Haddad, que es correcto, pero hay que hacerlo sin condiciones. No es de esperar que haya una renovación o repensar las izquierdas en este contexto, porque hay que defender lo mínimo, que es la democracia. Necesitamos que la izquierda defienda la democracia, y para defenderla eficazmente, la izquierda tiene que transformarse. Tiene que articularse con los movimientos sociales antisexistas y antirracistas, los sindicatos tienen que estar unidos con los otros movimientos, y los partidos tienen que convertirse en movimientos con democracia participativa interna, que es la única que nos puede defender de la corrupción, porque la corrupción fue muy grande dentro del PT. Una cosa es la corrupción para hacer campaña política y otra cosa para tener un departamento, como se dice del caso de Lula, que se tiene que probar judicialmente. Ahora, que hubo corrupción, hubo corrupción. La izquierda debe que decir “corrupción cero”; no puede haber un gobierno de izquierda con un mínimo de corrupción. Y aquí hay una esperanza porque Haddad es dentro del PT el político que representa lo más honesto. En esta renovación de la que hablo hay que discutir las diferencias y unirnos las izquierdas y lo que es común sin dejar de tener las identidades, como estamos haciendo en Portugal. Se está intentado la unión de las izquierdas, pero sabemos que las condiciones defensivas lo hacen muy difícil. Ahora en Chile hay un Frente Amplio (FA); es interesante. Es decir, se están intentando unir en otra base. Es un proceso histórico largo. Nosotros estamos impacientes, pero la historia tiene mucha paciencia.

–Se dice que en Brasil la iglesia evangélica salió a apoyar abiertamente a Bolsonaro. ¿Se la puede considerar un actor con capacidad de movilizar masas?

–La iglesia evangélica en la Argentina y Brasil son dos fases del mismo proceso. Avanza siempre por cuestiones que tienen que ver con la familia, la sexualidad, el aborto, etc. Pero cuando tiene bastante poder, toma una posición política global, ya no es el aborto, es el candidato más fascista y más reaccionario que puedan imaginar. Y lo vemos ahora en su fase más avanzada de las iglesias evangélicas en Brasil, que han dicho muy claramente que están detrás de Bolsonaro y lo financian, lo promueven. O sea ya no es una política de orientación sexual, de derechos de las mujeres, o derechos reproductivos, ahora es la política global que pone en claro su blanco fundamental: una economía neoliberal, abierta y a la disposición de los Estados Unidos. Las iglesias evangélicas están muy conectadas con las iglesias evangélicas de los Estados Unidos, como en África, son ellas las misioneras del neoliberalismo global y obviamente, por implicación, del imperialismo norteamericano. Empiezan por cuestiones no políticas, la familia, la concepción, por ejemplo, hasta que llega un momento en el que adquieren fuerza, y dicen “este es el candidato”, y entonces entran directamente a la política.

–¿Qué sucede con la Iglesia Católica? 

–La Iglesia Católica se quedó paralizada en todo este proceso. Muy tardíamente, ahora con el papa Francisco, intenta animar a decir, por lo menos, que no se debe votar por Bolsonaro, o que se debe votar para defender la democracia. Pero la iglesia católica está desarmada. Esto fue un proceso histórico que viene desde el papa Juan Pablo II de desarmar la Teología de la Liberación y armar la Teología de la Prosperidad. La primera era católica, la segunda es evangélica. Cayó la primera, subió la segunda. La gente necesita de religión, la católica se debilitó en los barrios y la periferia, y las evangélicas entraron.

–A pocos días de la segunda vuelta en Brasil, ¿más esperanza que miedo, o más miedo que esperanza?

–Más miedo que esperanza. Lo que hay que notar es que Brasil está testeando instrumentos que pueden ser útiles al mundo en general. Por ejemplo, acaban de hacer una petición internacional a Google y Facebook sobre el WhatsApp. Se mostró claramente que solamente el ocho por ciento de la red de Whatsapp que fue por Bolsonaro vehiculó verdades, ocho por ciento, probado por análisis de técnicas bien hechas en Brasil. Entonces solicitaron a Facebook y a Zuckerberg que limiten las posibilidades de extensión de esto, pero Facebook y Whatsapp están diciendo que es demasiado tarde, que no se puede; no quieren hacerlo. En India, cuando sucedió la ola de masacres por culpa de noticias falsas que corrieron por WhatsApp, éste pudo limitar la divulgación de las noticias falsas. Brasil es una prueba fabulosa para esto, y muy inquietante. Como diría el gran poeta portugués Fernando Pessoa, es un tiempo de inquietud, que va a pasar. Pero hay que decirle a la gente que está en la lucha, luchen. Hay energías de la sociedad brasileña que están emergiendo ahora. Me dirán, ¿demasiado tarde? No sé... Vamos a ver. 

El experto analiza la contundente victoria en primera vuelta del ultraderechista Jair Bolsonaro. Por qué el 28 de octubre se juega la continuidad del régimen democrático. La embestida de la derecha contra el PT, el “fascismo financiero”, los medios y las iglesias evangélicas.
Fuente: Diálogos Pagina12