NACIONAL/ POLITICA
Hay Ollantay papay...¿estas gobernando para los pobres o ricos?
Son 500 años de (re)colonización, explotación y exclusión social...y ya vamos a llegar al Bicentenario de esta "republiqueta" hasta ahora no estamos en la capacidad de fabricar una simple Aguja, por culpa de estos ineptos e incapaces gobiernos de turno.
“Hoy ya no se puede hacer invisibles a los pobres como hace 50 años”
En dos años en el poder, el presidente peruano ha sido criticado tanto por su fe en la economía de mercado como por la inversión en programas sociales. Son políticas para consolidar una clase media y dejar un legado de estabilidad
Difícilmente adivinaría uno solo con saludarle que Ollanta Humala es militar —por el porte ligeramente retraído con el que se presenta, más bien timidez según los que le conocen, la sonrisa que aflorará con facilidad a medida que avance la conversación, en ocasiones risa franca—; militar al menos de la manera en la que estos han solido practicar la política en casi cualquier parte del mundo, por desgracia América Latina no ha sido en esto una excepción. Pero difícilmente también concluye uno la conversación con el presidente del Perú sin la convicción de que, en el fondo, es un militar, por cómo describe sus objetivos, analiza sus posibilidades, ahora un paso, luego otro, mantiene la vigilancia de todos los flancos, conserva la mente fría y recurre una y otra vez en su discurso a las virtudes castrenses, disciplina, jerarquía, respeto, estrategia.
Dos años han pasado ya desde que el 5 de junio de 2011 derrotara en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del Perú a la hija de Fujimori, tras lo cual la Bolsa de Lima se desplomó, según él mismo me recuerda, y el dinero, siempre temeroso, buscó refugio tras juzgar que un militar de retórica izquierdista y agenda oculta se había alzado con la jefatura del Estado para alinear el país con el eje bolivariano del presidente Chávez, hoy fallecido, y poner quizá en riesgo la democracia.
Han pasado dos años, afloran las acusaciones de que Humala está abandonando sus promesas a los más desfavorecidos, digo, y ni en los hechos ni en los discursos se muestra el presidente del Perú como un extremista, pese a lo cual me da la sensación de que los recelos iniciales no se han disipado, le comento.
—No. Yo creo que los recelos persistirán.
“La construcción de un Estado moderno implica disciplina”
Esos recelos conforman el subtexto de las críticas de la derecha de su país que recibe el gobernante peruano, así como de no pocos medios de comunicación, mientras que la mayoría de observadores internacionales convienen sin embargo en unos hechos que desdicen con hartos datos el relato anterior. Lo cierto es que en estos dos años el Perú ha culminado bajo el mandato de Humala uno de los capítulos de más éxito en América Latina, con crecimientos superiores a la mayoría (este año se espera más de un 6%), inflación controlada (poco más del 2%) y un enorme esfuerzo en la reducción de las desigualdades, la consolidación de la estabilidad política e institucional, así como la lucha contra el atraso secular de un país devastado durante décadas por el desgobierno, la corrupción, la violencia iluminista de la ultraizquierda y, finalmente, la calamidad de un Alberto Fujimori convertido en caudillo y sus secuaces, que solo tras la caída de este comenzó a enderezarse con los presidentes Alejandro Toledo y Alan García.
La persistencia de los recelos
Pero tiene razón el presidente sobre la persistencia de los recelos, le comento la sorpresa que me produjo un vídeo de un evento esta misma semana en el que él pide confianza a un grupo de empresarios —“sé que muchos de ustedes no votaron por mí”—, al tiempo que les asegura que no va a tomar decisiones que generen incertidumbre, declaración que extraña, cuando menos, siendo así que la moderación ha presidido toda su acción de Gobierno durante ese periodo en el que ha alineado el Perú no con Venezuela, como algunos temieron, sino con Chile, Colombia y México en la Alianza del Pacífico, las economías que, junto a Brasil, con más claridad se han decantado por el libre mercado, la separación de poderes y las políticas de estabilidad en todo el continente.
— Me refería yo a que hoy la economía global está pasando por un mal momento. Y el Perú, dentro de América Latina, viene liderando el crecimiento económico y esto a través de un esfuerzo que nos ha costado a todos los peruanos y que nos ha llevado décadas remontar la mala situación económica que vivimos en la década de los ochenta y parte de los noventa. Nosotros queremos generar un clima de confianza. Y les hice recordar a los empresarios peruanos que mi elección como presidente de la República trajo a los sectores empresariales ciertas dudas, ciertos miedos, porque en la campaña ellos no me conocían y creían que el Perú se iba a alinear en el bloque de los países del ALBA, cosa que no hemos hecho ni vamos a hacer. Nosotros estamos trabajando por un modelo de economía abierta, de mercado, pero también con un concepto nuevo, de la mano van el crecimiento y la distribución de la riqueza. A veces planteamos programas sociales que a determinados sectores no les suena como que la cosa está yendo bien e inmediatamente salen a cuestionar que nos estamos yendo para el otro lado.
De la disciplina en la política
La conversación se desarrolla a lo largo de casi dos horas el jueves pasado en el salón dorado de la Casa de Gobierno en Lima, cuya construcción y recubrimiento con pan de oro, inspirado en el palacio de Versalles, le convierten en uno de los espacios más impresionantes de palacio. Humala, de 50 años, viste traje azul marino, camisa blanca y corbata azul eléctrico. Es mediodía y bien entrada la charla me permito señalarle al presidente, a propósito de sus alusiones a la importancia de la disciplina —“sin disciplina no hay Ejército”— dos paradojas en las que él se explayará y que ilustran de forma extraordinaria por qué Humala, aun siendo un militar, se ha convertido en una especie de socialdemócrata en los Andes, empeñado en asentar las instituciones, consciente siempre de la fragilidad de los avances sociales y de la necesidad de cimentarlos con amplios consensos, en la estela de Lula o de Mujica, a los que citará más adelante cuando hablemos de sus alineaciones políticas.
“Las instituciones se construyen con confianza y respeto a las reglas de juego”
La primera consiste en que la seguridad no constituye un asunto únicamente de orden público. Es este, naturalmente, un concepto muy extendido, con matices, entre las izquierdas políticas de todo el mundo (lo que las distingue de las derechas que, también con matices, suelen preferir soluciones más expeditivas), pero que no deja de sorprender en quien pasara más de 20 años en el Ejército, de donde se retiró en 2004 con el grado de teniente coronel, poco antes de dedicarse de forma abierta a la política.
—La inseguridad es un problema muy grave. Pero no podemos creer que la seguridad consiste en un problema que se resuelve con poner un sheriff. Este es un problema estructural y en buena hora que hay un presidente militar que lo entiende, porque si no fueras militar no lo hubieras entendido, y creerías solamente que se trata de elevar penas, como muchos querían. Pena de muerte. Creen que así se resuelve el problema, creen que es solamente un tema de más policías. Es un problema de valores, de falta de oportunidad de los jóvenes. Lo que pasa es que acá todo lo relacionamos con policía. Entonces, hay un problema de seguridad, que vaya el ministro del Interior. Por eso yo digo en el Consejo de Ministros: “Todos ustedes tienen que contribuir a la seguridad porque es injusto que, por un problema que debió haberlo resuelto un sector, hoy día el ministro del Interior tiene que ir al Congreso a explicar o a asumir el costo político”.
La otra paradoja, le señalo, consiste en que esa misma disciplina militar, aplicada a la política, es la que ha llevado a la izquierda al poder en el Perú por primera vez, si se descuentan las dos experiencias del APRA con Alan García en el Gobierno, que no parecen contar como izquierda en el relato de Humala.
— Claro. Ellos han llegado al Gobierno con nosotros. Primera vez en su historia que llegan al Gobierno, con nosotros; que son ministros, con nosotros. Porque la izquierda cometió errores estratégicos en el Perú. Era una izquierda que acá, decían, cuando llovía en Moscú salían con sus paraguas. Eso lo he escuchado yo, mis padres son de izquierdas. Muy encasillada, tenían la soberbia de creerse los únicos intelectuales del país y despreciaban al resto porque no eran marxistas, una izquierda acartonada. Mientras otras izquierdas en América Latina llegaron al poder, en el Perú a lo máximo que llegaron fue a la alcaldía de Lima. Por sus propios errores. Hay intelectuales destacados y rescatables entre ellos, pero esto es así.
Izquierda, derecha, nacionalismo
Esa experiencia en el poder ha durado poco, en sucesivas crisis de Gobierno los ministros más claramente izquierdistas han terminado fuera del Ejecutivo, lo que ha añadido confusión al ya de por sí fragmentado panorama político peruano y ha contribuido al relato de que Humala se está alejando de las posiciones que le llevaron al triunfo electoral.
“La izquierda del Perú era soberbia, se creían los únicos intelectuales”
— Los participantes en [la coalición electoral] Gana Perú que eran de izquierdas y que los colocamos ahí no aguantaron ni seis meses en el Gobierno, se salieron y ahora están con la derecha. Es una cosa de locos, se ríe el presidente. Hay una bancada que agrupa congresistas de derecha y congresistas de izquierda, o sea, la necesidad de tener una comisión, cosas menudas juntando a grupos de izquierdas y grupos de derechas en el Congreso.
— ¿Cómo define entonces usted el nacionalismo que vertebra su formación política, el Partido Nacionalista Peruano?
— Creo que uno de los problemas, uno de los errores estratégicos de la izquierda fue que abandonó la bandera de la lucha, de la justicia social, y esa es la que hemos retomado con el nacionalismo. Entonces, en el panorama latinoamericano ¿dónde se ubica el nacionalismo? En la izquierda latinoamericana, con Lula, con Mujica… Provenimos de un nacionalismo que se nutre de José Carlos Mariátegui, y el socialismo andino, del antiimperialismo de Haya de la Torre, que también lo tenemos en nuestras bases ideológicas, porque Haya de la Torre será aprista, pero es peruano…
— Hay un busto de Víctor Haya de la Torre en el salón de al lado.
“Hemos retomado la bandera de la justicia social que dejó la izquierda”
— Son las fuentes de inspiración que tiene el nacionalismo, que busca justamente integrar a la nación como nación. Todas las etnias, comunidades, culturas, de un país multicultural y diverso. No buscamos separar, sino buscamos unir, integrar. Tiene un sentido muy distinto al que tiene en España.
La tarea y los límites del gobernante
Ser Gobierno, efectivamente, resulta tarea harto complicada y dos años han bastado, seguramente menos aun, le sucede siempre a todo gobernante, para que el presidente haya descubierto los límites del poder; la inevitable frustración que produce comprobar que la maquinaria del Estado no alcanza para las ingentes necesidades del país, no llega con eficacia al conjunto del territorio, los problemas se acumulan sin resolver. Se imaginó, le pregunto al gobernante, que gobernar era esto, que ni toda la disciplina ni toda la voluntad ni todas las ideas logran cambiar la realidad al ritmo que uno desearía o al que uno se había comprometido.
— Uno siempre quiere que las cosas vayan más rápidas y lo que hemos encontrado es un ritmo del Estado muy lento a nuestro querer, a nuestros deseos. Tenía la disyuntiva de si respetamos los pasos para llevar el Estado a un proyecto determinado o los obviamos. Hemos visto cómo en el pasado por obviar pasos, no respetar procedimientos se llega a la corrupción. Entonces nosotros lo que hemos hecho es acelerar las cosas, pero respetando los procesos, de tal manera que cuando dejemos el Gobierno tengamos obras bien hechas, con sostenibilidad y que no vengan cuestionamientos posteriores a que hubo actos oscuros.
Citando todas las cifras de memoria, mostrando que está en todos los detalles, Humala enumera una lista, siquiera parcial, de los proyectos que le preocupan. Demuestra paciencia, pero la enumeración revela no solo la envergadura de la tarea, sino también la imperiosa necesidad del presidente de sacar adelante un programa que comprometió con los más desfavorecidos y por el que sabe que, al final, será juzgado; que tras colocar sus logros y sus fracasos en los platillos de la balanza, la historia o la memoria del Perú le salvará o le condenará. “[El programa para jóvenes con buen rendimiento económico y escasos recursos económicos] Beca 18, que ya tiene 14.000 becarios; había 300 becarios cuando llegamos al Gobierno y prácticamente el 95% eran becados dentro del país, no fuera del país; hoy día tenemos más de 14.000 becarios y la meta es superar los 40.000 en 2016”; programas de atención a la familia, la ley del seguro médico a todos los niños de las escuelas públicas para el correcto seguimiento de su estado de salud, “llegan el primer día a clase y los pesamos, los medimos, los ojos, la visión, porque muchos de estos chicos tienen necesidad de lentes”. El presidente añade más cifras, más datos, más programas, pasan cinco minutos, obras de mediano plazo y obras de corto plazo; el metro para la ciudad de Lima, el desarrollo de la petroquímica, transcurren otros 10 minutos, la construcción del gasoducto, el tren costero, el tren de cercanías para Lima, la longitudinal de la sierra “y una serie de obras así; hoy hemos entregado las transferencias de fondos para proyectos inmediatos, todos orientados a agua y desagüe por un valor aproximadamente de 800 millones de dólares (610 millones de euros). Estamos transfiriendo ya prácticamente 3.000 millones de soles (820 millones de euros) en este tipo de obras de corto plazo”. Finalmente se detiene, aunque no lo haría, si el formato de la conversación no se lo impusiese.
“Estados Unidos nos ve como uno de los países más estables”
— Pese a todo ello se oyen voces de aquellos que le votaron que ahora se sienten decepcionados; mientras que algunos de los que más desconfiaron comienzan a sentirse más a gusto. No sé si esto es bueno o malo, le digo.
— Nosotros somos un partido joven que ha tenido unos aliados y que en muchos casos esos aliados pueden sentirse un poco alejados porque tal vez ellos quisieran una cuota de poder más de la que se les dio. Ese es un tema. Otro puede ser el tema ideológico porque muchos aliados o mucha gente que apoyó tiene determinada ideología y entonces para ellos la relación que estamos construyendo con los empresarios pueda sonar contraria a su ideología. Pero es que cuando asumí la presidencia juré gobernar para los 30 millones de peruanos, no solamente para los que votaron por mí, sino también para los que no votaron por mí, para los partidos de oposición también. También puede haber el tema de la ansiedad, todo el mundo quiere que se le resuelva su problema en el día y en el día tienes que resolvérselo. El Estado no tiene tanta capacidad para resolver en el día los problemas del país.
— ¿Cómo se siente cuando en algunos de esos conflictos sociales, como los mineros, se producen muertos civiles a manos de las fuerzas del orden público?
— Mal. Me siento pésimo. Porque yo digo, podemos discutir, debatir acaloradamente, pero hay límites y cuando se traspasan esos límites y se llega a la pérdida de vidas ya no hay marcha atrás.
El descubrimiento de la clase media
Con ser grandes los desafíos de sacar de la pobreza a millones de personas, la izquierda en el poder en América Latina hace tiempo que descubrió también la importancia de la consolidación de las clases medias, un proceso que acelera el crecimiento económico, consolida las instituciones y fortalece la adhesión a la democracia, siempre necesitada de creyentes en el continente. También Humala ha venido a esta convicción, lo que seguramente espoleó a los críticos que le reprochan su viraje hacia la moderación.
— Creo que hemos logrado avanzar en la consolidación de una clase media, que fue disuelta en la década de los ochenta. Y esta clase media hoy día está cerca del 65% de la población peruana y eso es algo inédito en nuestra historia. Esta clase media también ayuda a dinamizar la economía porque demanda calidad en los servicios, no solamente demanda servicios, sino calidad en los mismos y esto obliga a las empresas a ser más competitivas y a invertir en capacitación, e invertir en capacitación involucra también intervenir o coadyuvar en políticas educativas que benefician a los jóvenes de las clases populares.
— ¿Ha recibido usted muchas presiones desde que comenzó a gobernar?
— Presiones tengo de todos, hasta de mi mayordomo, se ríe. Tengo acá un sindicato. El Gobierno saliente antes de salir me dejó un sindicato de presiones por todos los lados. Yo creo que el gobernar involucra paciencia, todos los días damos miles de batallas y no se van a acabar, cuando me vaya el que venga va a tener que ir dando miles de batallas. Presiones en la calle, en las fuerzas políticas por cuotas de poder, presiones en el mismo equipo o grupo de Gobierno. Las relaciones interpersonales son siempre delicadas y cuanto más arriba son más delicadas todavía. Y con todo eso uno tiene que vivir, es como una mochila que uno lleva. En los momentos más difíciles cuando me encuentro así me ayuda el tener el soporte de la familia, creo que eso también es importante.
Batallas de resultado incierto
Resulta conocida la aversión de Humala, el militar, por los enfrentamientos inútiles. Alguna vez declaró que le disgusta dar batallas de cuya victoria no esté convencido. No sé si se trata de una idea cuya aplicación en la política pueda conducir a la parálisis, especialmente en un país como el Perú, en el que los partidos políticos padecen de una fragmentación y una debilidad que los vuelve inoperantes; donde, con mucha probabilidad, los políticos, al emprender un proyecto, están menos seguros de poderlo culminar con éxito que en otros países de mayor trabazón institucional. Así que le pregunto al presidente si, basándose en esa aversión suya a los choques estériles en resultados, lamenta ya las batallas que ha renunciado a dar.
— Todavía no he cumplido dos años de Gobierno. Entonces yo todavía no diría que lamento no haber dado batalla alguna, porque eso lo tendría que decir al término del mandato, cuando ya no hay la oportunidad de darla.
— ¿Y la más importante para usted ahora?
— Una batalla importante que se tiene que dar, y que espero que la ganemos, es la reforma del Estado. Y la estamos dando por partes porque hay batallas que se pueden dar y aportar y poner todo tu capital en la batalla; o sea la ganas o la pierdes; no hay término medio. Y hay otras que se dan por etapas. Uno va midiendo y cuidando sus fuerzas y sobre todo las reservas. En términos militares, siempre un comandante debe guardar sus reservas, que son las que le permiten cambiar el rumbo de la batalla en un momento determinado. Entonces, yo creo que la reforma del Estado la estamos dando por partes. Hemos empezado con la reforma tributaria; hemos hecho la reforma de la educación, hemos hecho la reforma de las fuerzas armadas y las fuerzas policiales, hemos hecho la reforma del sistema de pensiones. Estamos hoy día trabajando en la reforma en el sector salud porque es una batalla tan grande que uno no puede entrar y poner todo su capital, porque es una fuerza muy grande a la que uno se enfrenta; son cuotas de poder. Por ejemplo hoy día estamos avanzando en lo que es la reforma del Servicio Civil, que es la Administración pública. Algo que el 80% o 90% de la población quiere. Si usted pregunta en la calle, ¿está usted conforme en cómo le atienden en un ministerio? Pues no ¿En el Poder Judicial? No. ¿En el Congreso? No. La gente quiere un cambio. Pero hay sectores de poder que no quieren ese cambio. Hay presiones de los sindicatos. La batalla se va a ver en el Congreso, pero también los sindicatos del Congreso presionan a los propios parlamentarios. Es una de las batallas fundamentales que tenemos que dar.
— Esa reflexión se inserta en una más amplia en la que usted siempre insiste mucho: la necesidad de las instituciones, la debilidad de las cuales, efectivamente, es la debilidad de América Latina. ¿Cómo se construyen y se consolidan las instituciones? ¿Cómo se está haciendo en el Perú? ¿Cuáles son las trabas?
“En Venezuela no hay ninguna prueba que nos haga dudar del resultado”
— Las instituciones se construyen con confianza y con respeto a las reglas de juego, de tal manera que se puedan institucionalizar usos y costumbres, se puede institucionalizar todo lo que se viene actuando y no venga otro y lo cambie. El problema en América Latina es que somos una región, además de muy desigual, poco formalizada, somos muy informales, y eso es una dificultad para el Estado, no solamente en el área tributaria, sino en el área de gobernabilidad y paz social, porque, como decía, para reclamar algo es más fácil encadenarse en la calle que llevar su solicitud a través de un ministerio, a través de un municipio. ¿Qué tenemos que hacer? Yo creo que tiene que haber un cambio cultural, tenemos que trabajar el tema de educación, tenemos que trabajar valores, pero también tenemos que generar, que construir un Estado moderno por eso es importante la reforma del Estado, que la gente vea que se le resuelve su problema. Yo creo que eso implica disciplina y es algo que yo lo valoro mucho porque yo vengo del Ejército. Sin disciplina no hay Ejército.
El gran viraje exterior
Si en política interior, especialmente en el tema económico, el giro ha sido profundo, en asuntos extranjeros resulta sencillamente copernicano. Humala ha forjado lazos estrechos con la mayoría de presidentes de la región, pero su protagonismo ha resultado fundamental en la consolidación y funcionamiento de la Alianza del Pacífico junto con Chile, Colombia y México, todas ellas economías abiertas y de libre comercio, que en lo político constituyen ya un contrapeso al Mercosur. Tampoco ha sido menor su papel en Unasur (Unión de Naciones Suramericanas), un foro de reciente creación en 2011, pero que ya destaca como uno de los más eficaces de la región. El presidente Mujica de Uruguay, le digo a Humala, me comentó recientemente que estaba muy contento de cómo funcionaba Unasur, de su operatividad, se llaman entre ustedes y en 24 horas pueden organizar una reunión en caso de crisis, que antes no tenían un mecanismo de parecida agilidad.
— Eso es así. Fue en el tema de Venezuela también que de un día para otro convoqué acá a los jefes de Estado y estaba no solamente Mujica, han estado [Juan Manuel] Santos, Dilma [Rousseff], todos los presidentes han dejado lo que estaban haciendo y han venido, y se lo agradezco bastante. Nos hemos sentado acá, hemos conversado entre nosotros sin cámaras, sin grabaciones, como amigos, nos hemos dicho las cosas claras. Ha habido momentos duros, ha habido momentos jocosos, nos hemos matado de risa de varias cosas. Es una relación que para mí la coloco como una relación de amigos, y eso nos ayuda a resolver las cosas. La vez pasada Evo [Morales] me llamó por un tema determinado, con Santos nos hablamos con frecuencia, resolvemos las cosas. Los problemas que tienen los ministros al final los resolvemos nosotros. A mí me parece una forma moderna e innovadora, menos encorsetada y más efectiva de hacer política.
— En algún momento sugirió usted que Unasur se puede convertir en una alternativa a la OEA. ¿Es un aviso a la tradicional influencia de Estados Unidos en la OEA? O, dicho de otra manera, ¿cree usted que EE UU tiene un peso excesivo en la OEA?
“La gente quiere un cambio, pero hay sectores de poder que no quieren”
— Bueno, definitivamente lo que tenemos es un continente americano con una América Latina y Estados Unidos y Canadá. Obviamente, Estados Unidos y Canadá tienen un peso estratégico en América Latina y también en la OEA. El tema es que muchas veces la OEA no tiene esa agilidad y rapidez que a veces los acontecimientos requieren y que en estos casos Unasur ha tenido una mayor prontitud en tomar decisiones como es el caso de Paraguay o de Honduras.
— De haber tenido Unasur observadores electorales propios, como usted ha sugerido, ¿hubiera ello evitado el conflicto poselectoral en Venezuela?
— No, porque yo creo que en Venezuela hay un proceso de polarización del país que ya lleva tiempo y que el resultado tan ajustado de las elecciones de todas maneras generó suspicacias, generó dudas particularmente en el candidato que perdió y obviamente los observadores no hubieran podido dar la razón a uno u a otro si es que no hay una investigación, etcétera. Lo que han hecho los países miembros de Unasur, como gran parte de la comunidad mundial, por otra parte, es reconocer el resultado oficial dado por el Colegio Nacional Electoral. Y ha instado al nuevo Gobierno venezolano a que se resuelvan estas preocupaciones que tiene el lado opositor dentro de los cauces democráticos porque cualquier problema de inestabilidad en Venezuela nos afecta a todos.
— Justo de la reunión que hubo aquí en Lima salió un firme apoyo al triunfo de [Nicolás] Maduro en Venezuela, pero también esa petición de auditoría y también un compromiso de monitorear cuál era la evolución del clima político en las semanas siguientes. ¿Cómo evalúa usted ahora la situación? ¿Cree que las elecciones fueron suficientemente limpias?
— Yo creo que el resultado que dio el Colegio Nacional Electoral es el resultado. No tenemos ningún indicio de que haya habido una tergiversación del mandato popular, por lo tanto para nosotros ya es un resultado definitivo. Siempre habrá dentro de la política interna gente que no lo reconozca o que lo critique, como quieran; pero ya hay un resultado y hasta ahora no hemos visto ninguna prueba objetiva que nos haga dudar de ese resultado. Lo que queremos, creo, es que hoy día lo que tiene que hacer el Gobierno venezolano, y esperemos que lo esté haciendo, es pasar la página lo más rápido posible y establecer un estilo de gobierno que permita tender un puente hacia las fuerzas políticas venezolanas que no están conformes a fin de hacer un acuerdo nacional o una hoja de ruta que permita darle estabilidad a la economía venezolana y darle mayor bienestar al pueblo venezolano. La estabilidad de Venezuela es también la estabilidad de la región.
— ¿Cree que el régimen de Venezuela está tratando a [Henrique] Capriles de forma adecuada en una democracia?
— Yo creo que lo que hay son posiciones duras por ambos lados y en tanto hay esas posiciones duras siempre habrá la polarización. Yo creo que en el caso peruano lo que he tratado es tender puentes con la oposición. No tenemos una polarización tan fuerte como en Venezuela; pero si yo la tuviera tan fuerte con la oposición, yo sería el primero en tender los puentes.
Cita en Washington
La culminación del giro en política exterior, desde las supuestas adscripciones bolivarianas iniciales a la moderación pragmática de la mayoría de naciones del continente se produjo la semana pasada cuando Humala voló a Washington para entrevistarse con Barack Obama. El presidente de EE UU afirmó que el Perú se ha convertido en uno de los socios más estables y fiables en la región. La visita supuso un respaldo claro a Humala, pero de nuevo suscitó críticas entre los sectores que ven con desconfianza las alianzas que el presidente peruano está tejiendo con los empresarios, con Estados Unidos y con amplias capas de las clases medias. Pero el Perú sigue siendo el segundo productor del mundo de coca y EE UU el primer consumidor de cocaína, y Humala necesita que la relación entre ambos países se amplíe más allá del siempre espinoso problema del combate al narcotráfico. Si buscaba un certificado cum laude al gran viraje moderador de su mandato, no cabe duda de que lo ha conseguido, le digo.
— Yo creo que era importante reforzar la relación con Estados Unidos. Me congratulo de que Washington vea en el Perú un socio estable, un socio importante en América Latina porque eso no se consigue de la noche a la mañana. No es un tema de suerte, es un tema de trabajo. Y esto qué involucra, un mayor acercamiento comercial, un mayor acercamiento cultural, con todas las ventajas que trae esto, con Estados Unidos; pero también era importante para nosotros fortalecer la relación con Estados Unidos para que también ellos asuman su responsabilidad, las responsabilidades compartidas con el Perú en la lucha contra el tráfico ilícito de drogas. Pero nosotros hemos querido hacer con la visita, armar o tener, hacer una agenda más ambiciosa. Hemos hablado de temas de educación, del tema de becas de estudio, capacitaciones, pequeñas y microempresas, porque normalmente lo tradicional de la relación del Perú con Estados Unidos es la lucha contra las drogas, eso es lo normal. Hoy día lo hemos abierto a otras áreas y esto gracias a que nos convertimos con Estados Unidos en socios, en mejores socios, y Estados Unidos nos ve como uno de los países más estables. Esa es la ventaja que nos da esto.
El poder y sus exigencias
“[Denegar el indulto al ex presidente Fujimori] hace creer en el Estado”
Una madrugada a finales de octubre del año 2000 Humala y su hermano Antauro protagonizaron un pronunciamiento militar contra el presidente Fujimori, convertido desde años antes en régimen corrupto y dictatorial y hoy preso por crímenes de lesa humanidad, entre otros desmanes. Tanto Ollanta como Antauro fueron amnistiados por el Congreso. Tiempo después, Antauro protagonizó otra asonada, por la que aún sigue en la cárcel. Humala viene ahora de denegar una petición de indulto al expresidente, asunto doblemente delicado porque una parte de la política peruana mantiene en consideración al antiguo mandatario, como se puso de manifiesto en los votos cosechados por su hija Keiko en las últimas elecciones, y porque, naturalmente, quien había de conceder o denegar la gracia protagonizó un levantamiento militar contra el hoy preso, lo que acaba de trenzar de forma inextricable todas las cuestiones que subyacen al ejercicio del poder desde tiempo inmemorial: el mando, la moral, el Estado, las relaciones personales.
— Eso lo he puesto a un costado, eso no ha pesado absolutamente nada sobre mi decisión. Primero yo lo que he hecho es abstraerme como persona en lo posible para tomar una decisión lo más descarnada posible, lo más objetiva posible, pero también lo que no puedo abstraerme es de la ética y la moral.
— Usted ha manifestado que comprende el dolor de una familia cuando uno de sus miembros está en la cárcel. Pero al final en el caso de Fujimori se impuso la razón de Estado, con el agravante de que este jamás expreso arrepentimiento por los desmanes cometidos. Hay quien considera que esa decisión suya le ha costado a usted algunos puntos en las encuestas.
— Como le digo, a mí no me han elegido para ser miss Simpatía. Eso ha sido lo más irrelevante de mi decisión. Ni siquiera me he puesto a pensar en eso, porque yo estoy primero tranquilo con mi conciencia, puedo mirar a la gente tranquilo, y a mi familia la puedo mirar tranquilo, y en segundo lugar creo que he dado confianza en el Estado. Mi política también es consolidar el Estado. Hoy día dentro del tema que estábamos hablando de informalidad, hay un problema que es la gente que no respeta al Estado, no respeta a las instituciones como la presidencia de la República, el Congreso, etcétera, no se respeta; entonces no habrá institucionalidad si no creamos respeto en los poderes del Estado. Acciones de esta naturaleza hacen creer en el Estado y está por encima de encuestas, qué tiene que ver una encuesta si le ponen tanto o no, eso es lo más irrelevante. El Estado no funciona por encuestas, no funciona por la presión mediática, por la presión de los internos, la cosa se resuelve acá, no funciona sobre la base de cartas, audios, vídeos, no, no, eso es irrelevante; eso es como yo digo, para la Lima criolla y jaranera como dice el vals; pero para el jefe del Estado, eso no funciona.
— Hablando del respeto a la presidencia y a las instituciones en general, no debe ayudar tampoco a la imagen del Perú, dentro y fuera, la situación de los exmandatarios: Fujimori está en la cárcel, los expresidentes Alan García y Alejandro Toledo están siendo investigados por alegaciones de corrupción. Son asuntos de distinta gravedad, naturalmente, nada que ver con los excesos de Fujimori, aun así no debe resultar fácil.
“Los presidentes de Unasur tenemos una relación de amigos. Eso ayuda”
— En el Ejército decimos que el grado conlleva honores, pero conlleva obligaciones también. Uno no puede arrastrar el bastón de general, uno no puede arrastrar la banda presidencial. Como presidente, uno no es un ciudadano libre, porque representa al Estado. No es lo mismo una persona en la calle que puede hacer lo que quiera y si comete un delito lo meten preso. Como jefe de Estado uno representa a la nación y no puede darse el lujo de arrastrar la banda presidencial. Uno debe cuidarse en eso y, como decimos en el Perú, toco madera para que no pasen las cosas que otros pasan, a aprender en pellejo ajeno, como decimos con el refrán limeño. El primer responsable del respeto a la institución presidencial son los expresidentes y yo entiendo, porque así como es difícil ser presidente, tal vez sea más difícil ser expresidente. Ahora, lo que nosotros, lo que yo hago, es, primero, repudio cualquier tipo de persecución política. Que funcione el Estado de derecho. En el caso del expresidente Toledo creo que él tiene que aclarar las denuncias que están en su entorno o que giran en torno a él, mejor dicho, y creo que mientras más rápido lo haga va a ser mejor para él. En el caso del expresidente García, lo mismo. Si hay una investigación que se le está haciendo sobre el tema, varios temas, pero el tema delicado es el tema de los narcoindultos [narcotraficantes que salieron en libertad supuestamente tras pagar por sus indultos]; yo creo que hay que darle todo el respeto porque él ha sido expresidente, y dos veces. Pero que también tenga que explicar. Lo que no puede ser es una falta de explicación.
La conversación se acerca a su fin. En el salón dorado del palacio presidencial resuenan todavía las cifras, los planes, han sido tantas las ambiciones para el Perú que el presidente ha ido desgranando a lo largo de la charla que resulta inevitable, a modo de coda, preguntarle por la continuidad de sus proyectos cuando acabe su mandato en 2016. La posibilidad de un segundo mandato consecutivo, que se ha ido extendiendo en toda América Latina en los últimos años, no es una posibilidad en el Perú y la fragmentación política, tanto del oficialismo como de la oposición no auguran un panorama despejado o de continuismo dentro de tres años.
— Yo creo mucho en la institucionalidad en el sentido de que estos proyectos que estamos construyendo hay que compartirlos con las principales fuerzas políticas. No sabemos quién va a ser el que me suceda en 2016. Sabemos que ya hay algunos candidatos que adelantaron su campaña. Nosotros lo que creemos es que a los principales proyectos tenemos que ponerles una especie de rango de ley compartido con las fuerzas políticas para que sea respetado. Para que el que llegue siga la obra.
— ¿Ve riesgos para su obra de gobierno en 2016?
— No. No sería un riesgo porque tenemos una fuerza política [Partido Nacionalista Peruano], que es la columna vertebral de [la alianza electoral] Gana Perú. Yo creo que el partido se va a presentar al proceso y veremos la respuesta del pueblo, ¿no? Eso es importante para darle continuidad a todo… a este proyecto. Y en la trinchera que me encuentre defenderemos este proyecto.
Las preguntas formales han acabado, pero las reflexiones sobre el poder, el Gobierno, el Estado, los ciudadanos se alargan mientras recogemos las grabadoras y las luces de las cámaras están por apagarse. “Yo siento que el poder me quiere aislar de la gente”, dice Humala, y su pensamiento suena extrañamente veraz en la inmensidad del salón dorado en el que estamos, con su extraño e inquietante parecido al salón de los espejos de Versalles, seguramente la metáfora más potente en toda la historia de la lejanía entre el gobernante y los gobernados. “Me quieren poner un carro con seguridad, con chófer; nadie me toca; no huelo a la gente. Entonces yo no uso chófer, seguridad al mínimo, muchas veces salgo sin seguridad y cuando llego a un pueblo saludo a todos”.
— ¿Cree que eso ayuda a ser mejor gobernante?
— Me ayuda a mantener la sensibilidad y creo que sí, también a ser mejor gobernarte. Yo le digo, entro en un pueblo y me paso 10 minutos, 20 minutos saludando a todos, a todos los que puedo ¿no? y después subo al estrado. Hace 50 años podías invisibilizar a los pobres; hoy día no. Hoy día ellos son una fuerza y por eso ellos también deben de estar considerados en el presupuesto de la República.